miércoles, 9 de mayo de 2012

Relato

El alboroto en la ciudad se respiraba como casi todos los días. Las cafeterías servían sus últimos desayunos, las carreteras rompían los grandes agolpamientos de coches mañaneros y las aceras acogían a miles de transeúntes despistados. James seguía sin dormir mirando atónito por la ventana. Sus ojos clavados en un punto y su mente fija en un objetivo. Parecía tranquilo sentado en aquella incomoda silla de madera. No existía el tiempo ni el espacio, aunque sabia perfectamente cuales iban a ser sus movimientos, llevaba demasiados meses preparándolo. El reloj marcó la hora. Cogió su chaqueta y su mochila y marchó de casa. Los nervios no se apoderaron de él, la respiración era calmada y su mente seguía fría como un iceberg. Ya en la puerta, sacó de la mochila una horrible mascara de payaso y entró. -Buenos días señores y señoras. Tiéndanse sobre el suelo y nadie resultara herido. Que nadie se intente hacer el héroe, su primer asalto puede ser el último. – decía James firmemente mientras agarraba una magnum siete milímetros entre sus manos. La multitud atemorizada se echo al suelo, inclusive el agente de policía que estaba presente. James se abalanzó al director de la sucursal y le exigió que abriese la cámara blindada. ¡Maldición! ¡Estaba vacía! Las eternas noches planeando el atraco habían resultado inútiles por la improvista venida del furgón a primera hora. Había recogido trece millones de euros lanzando por la borda todo su botín. James salió despavorido y corrió hacia un lugar seguro, fuera de aquellas miradas acusadoras. Ya han pasado siete años desde el atraco a la sucursal, y aún sigue sentado en la misma silla de madera con la mirada fija esperando un nuevo amanecer para volver a actuar.

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