domingo, 8 de enero de 2012

Diario de Arturo

21 de Julio de 2006 Día Primero

Arena fina a mí alrededor, brisa marina acariciando mi cara, el sol, en lo alto, incide en mí, dorando lentamente mi cuerpo. Mis hijos corretean por la orilla intentando cazar algunas de las gaviotas que revolotean para desayunar. Y al lado… Verónica, mi mujer, servidora esposa, cuidadosa madre y fiel amante. ¿Se puede ser más feliz?
Mi nombre es Arturo, tengo 34 años y me encuentro en Río de Janeiro pasando las mejores vacaciones con mi familia. Llevamos poco más de una semana paseando por sus calles y puedo asegurar que es una ciudad preciosa, de bajas casas pero de altas aceras, de parques arbolados y monumentos cuidadosos, de suculentas tabernas y amables viandantes. ¡Es maravilloso!
Esta tarde vamos a conocer Río de Janeiro desde lo más alto. Nos acercaremos al borde de la tarima de nuestro Cristo Redentor, como lo llaman los amantes de esta ciudad, y veremos todo su esplendor a vista de águila.
Quiero dar una sorpresa a Verónica después de comer. Ayer me separe de ‘la chupi-pandi’, como nos llama mi hijo, para acercarme a las taquillas y comprar tres viajes para subir al tren que nos lleve. Merche, al tener tan solo 2 años, no tiene que pagar asiento. ¡Va a ser un día fabuloso!
¡Uy! Olvidé cargar la batería de mi móvil antes de salir y ya me está pitando efusivo de energía. Creo que llevo un cargador de repuesto en la mochila. Probaré suerte a ver si puedo cargarlo en el restaurante donde comamos.
Voy a recoger a mis hijos a la orilla y seguiré disfrutando de mi grandioso día. A la noche te cuento.


¡Ha sido realmente increíble! Jamás había tenido tales sensaciones. Acariciar el cielo con la yema de mis dedos teniendo el mundo bajo mis pies; aspirar el gélido viento de las montañas, arrojando las nubes rumbo a la ciudad; ser el atardecer de la metrópoli y oscurecerla a mi antojo; poder ser quien nadie pude ser. Pero… vayamos por partes.
Primeramente, comimos a orillas de la playa Copacabana. Fue un exquisito menú, aunque Merche pusiera cara de pocos amigos a la diversidad de pescados que nos ofrecían. Y terminamos la velada brindando Verónica y yo con un par de mojitos por la inesperada sorpresa que les había preparado. Haciendo un alto en el camino, debo añadir que no pude cargar mi móvil. Equivocadamente pensaba que tenía un cargador en mi bolsa. Pero lo extraño es que no se ha apagado en toda la tarde y aun habiendo pasado 8 horas sigue emitiendo el mismo ruido irritante que al mediodía. Bueno… no tiene importancia, lo pondré a cargar luego.
El tren que nos subía hasta lo más alto no es que fuese gran cosa, pero sólo con que tuviese una rendija para apreciar el paisaje nos hubiera sido más que suficiente. ¡Era asombroso! Las aceras del sendero ferroviario estaban repletas de vegetación. En los trayectos donde el tren avanzaba con mayor lentitud podías casi captar la inmensidad de kilómetros de selva por la que estábamos rodeados. Había todo tipo de arboles tropicales, lianas de todos los tamaños y flores de todos los colores. No sé cómo tiene que ser el jardín del Edén, pero seguramente tenga poco que envidiar al selvático paisaje de esta tarde.
Una vez en la cima del cerro Corcovado, a los pies del Cristo Redentor, noté como el leve viento me impulsaba hacia la cuña de la roca. Sin pestañear, me acerque y hallé la formula divina de la belleza. El sol comenzaba a recogerse entre las olas; las islas que arropan la ciudad, parecían recolocadas estratégicamente para aquel mirador; las costas bordeaban armónicamente la metrópoli; los fuertes edificios eclipsaban a los más débiles, permitiendo tan solo la vista de alguno de sus salientes; las calles entrecortadas jugaban entre ellas buscando su paradero… y a mi lado, la fotografía que ilumina mis sueños, las tres personas con las que quiero empezar todos los días de mi vida, mi familia. ¡Fue maravilloso! Pero… me ocurrió algo muy extraño cuando encontré la mirada de nuestro salvador. Escuché, en lo alto, los desgarrados alaridos de una mujer. Percibí la presión de su dolor dentro de mí como sí alguien estuviese oprimiendo mi ser. ¿Sería alguna señal que pretendía darme la inmóvil estatua?, ¿O tal vez sea que me esté volviendo loco? Nunca he sido muy católico pero, tal vez haya sido la llama que ha encendido mi vela. A lo mejor, mi destino ha sobrevolado el océano para conducirme por un nuevo sendero. Darme las alas para descubrir la verdad hermanada a la belleza. O puede que tan solo haya sido preso de la demencia y la sin razón. De todas formas, únicamente fue un ensueño despierto.




22 de Julio de 2006 Día segundo

Oscuro tiempo el que nos difiere hoy. Los nublos que sobrecogen el suburbio, por infortunio que considere, no nos permite irnos muy lejos del hotel. Mi mujer no es que tuviese mucho frenesí en seguir recorriendo los rincones de Río, como en un principio presente yo, por lo que debe sonreír por tener el cielo cubierto y no poder cumplir lo concebido. Siendo franco, no me entristece que esté siendo menos ocioso hoy, pues me desperté con un fuerte dolor en mi mente que persiste rebeldemente y los comprimidos médicos ingeridos no conceden el simple servicio querido. Espero que con éste tercer ibuprofeno que me tome, borre concluyentemente mi dolor.
Me encuentro en un extenso tumbón mirando como mis hijos se divierten con su juguetito electrónico. Es el típico juego de futbol donde tres muñequitos feos riñen por un redondo esférico que tienen que introducir en un círculo diminuto sí quieren vencer. Merche, siempre oprime el mismo botón, pero por los brincos que mueve, se entretiene el doble que mi hijo Jorge. Él siempre resulto ser muy competitivo, como mi mujer, y por un pequeño tropiezo, empezó perdiendo y sigue molesto porque Merche lleve dos goles. En fin… chismes de niños.
Después de comer, mi mujer, mis hijos y yo, queremos ver el concierto de Rómulo Méndez. Es un conocido intérprete donde su voz es el soplo eufórico de pequeños títeres y sus dedos son el ‘Do, Re, Mi’ de los pequeños cuerpecitos que mueve.
Es mejor que deje el móvil en recepción. Sigue con el mismo chirrido de siempre y si lo meto dentro interrumpiré todo el concierto. Tendré que conseguir uno nuevo si quiero perder ese horrible pitidito. Veré si después puedo ir de shopping con mi mujer y mis hijos. Esperemos que después de comer mejore el tiempo.


¿Qué me ocurre? ¿Me estoy volviendo loco? Es incomprensible pero… oigo voces en mi mente. Voces que desconozco. Voces que me confunden. Voces que me mienten. Voces que irrumpen dentro de mi coloquio neurológico imponiendo sus términos sobre mis íntimos juicios éticos. ¡No lo entiendo!
Fijo en mi sillón, oyendo el melodioso mundo de los títeres, un estruendoso ruido me previno. Fue un ruido fuerte, como si un objeto enorme se hubiese rendido después de mí. Pegue un brinco de mi sitio y protegí mi cuerpo cohibido. Me repuse con lentitud y sólo curiosos ojos encontré sobre mí. Mi mujer toco mi envés y murmuró en mi oído: - ¿Qué te ocurre? – Yo no le conté que sucedió, pero sé que percibió el miedo en mis ojos. El concierto no se interrumpio y los títeres no murieron. El ruido sólo se creó en mí, sólo despertó en mi mente, sólo lo escuche yo. No frené mis reflexiones sobre lo ocurrido y en medio de mi coloquio reminiscente escuché: ‘Ocurre con distintos cursos energéticos. Sólo son movimientos instintivos.’ Segundos después se perdió el leve sollozo de voz. ¿Quién fue? ¿Qué quiere decirme con todo eso? En esos momentos, con el difícil episodio en que mi mente me envolvió, mis pies se erguieron y corrí por todo el concierto como un loco. Sé que hice el ridículo… ¡y me siento estúpido!
Me encuentro destruido en un rincón. No sé qué debo pensar o cómo debo conducir este embrollo en el que me encuentro. Estoy hecho un lio… Mi mujer, mis hijos, incluso un experto clínico… ¿Debo decírselo?




23 de Julio de 2006 Día tercero

¡Estoy salvado! El médico me ha dicho que no es nada. Sólo estrés vacacional.
Estuvimos esta mañana en el hospital y tras varias pruebas clínicas comprobaron que no tenía nada extraño en mi cabeza. Tan solo me ha recetado unas pastillas anti estrés y reposo. Le he prometido que lo intentaría, pero estando de vacaciones y con lo nervioso que soy, no sé si lo conseguiré.
Anoche Verónica se quedó muy preocupada. No quiso decirme nada, pero sé que estaba pensando que su marido se estaba volviendo loco. Por suerte todo ha quedado en un mal susto. Solo imaginar que podría haber acabado en un psiquiátrico, todo el día drogado y rodeado de chiflados… me entran escalofríos.
Después del hospital, fuimos a la playa Ipanema para celebrar la buena noticia y poner en práctica los consejos del doctor. Una playa realmente formidable. Suave arena rodeaba el golfo, agua cristalina acariciaba la costa y enormes palmeras decoloraban el ocre amarinado paisaje. Los mercaderes negociaban, las parejas de la mano paseaban y yo, arropado por mi familia, saludaba un nuevo día de alegrías en Río de Janeiro.
Ya que estábamos en Ipanema fuimos a comer a uno de sus chiringuitos. Nos habían hablado muy bien de ellos y no queríamos perdernos aquellas suculentas comidas tan conocidas. El restaurante era como cualquier otro chiringuito de la playa. Camareros bronceados te asentaban en sencillas sillas de terraza con increíbles vistas al mar. Lo que sí que fue exclusivo fue la comida. Pero mejor que esa comida, donde los frijoles rebosaban y el coco era un acompañamiento como lo es el pan, fue la sorpresa que encontré de vuelta hacia el hotel. Como caído del cielo, mi zapato tropezó con un Iphone. Leí en uno de los proyectos que llegaron a mi empresa que tan solo tenían prototipos de cómo querían que fuese el móvil. Ni si quiera tenían fabricado el primer modelo. Pero he comprobado que la información que llega a mi empresa, por mucho que resuene el nombre entre las paredes, no siempre es verídica. Se van a quedar boquiabiertos todos mis compañeros cuando lo plante encima de la mesa de mi despacho. Además, ahora podre deshacerme del otro móvil, que lo único que hacía era pitar y molestar.
Esta tarde, mi mujer quiere acercarse a una rifa benéfica que celebra el hotel. Sortean una cena para dos personas en el mejor restaurante de Copacabana. Tal vez tengamos suerte y nos premien, aunque yo creo que con el Iphone ya hemos gastado toda la que nos quedaba. Voy a ir a ponerme mi rayada camisa y saldremos. No quiero hacer esperar a la parienta, que sino luego cualquiera la aguanta.


Una verdadera lástima. No nos ha tocado la rifa. Y eso que mi mujer se gasto 10 dólares en comprar papeletas. Pero nada… no tuvimos suerte. Aunque me ocurrió una cosa mejor. Recibí una llamada de mis padres, un poco extraña, pero sigue siendo una llamada. Mi padre no dejaba de decirme “Quiero verte bien, hijo mío”. Yo insistía en que estaba bien y que todo esto era fabuloso, pero él, en su cabezonería, seguía diciéndome: “Quiero volver a verte sonreír, quiero que vuelvas a pasear conmigo, quiero que vuelvas a cenar a casa con nosotros y tu hermana, quiero…” Y así estuvo cinco largos minutos. Nunca habría pensado que por tan solo dos semanas de vacaciones mi padre me echaría tanto de menos. Después estuve hablando con mi madre. Tenía la voz temblorosa y gimoteaba de vez en cuando. Me conto que mi padre lo estaba pasando muy mal, pero tampoco entiendo por qué. Son sólo unas vacaciones, como todos los años. También me estuvo contando las cosas que pasaban por casa, lo grande que estaba ya la tripota de mi hermana por su embarazo, una historieta sobre papá y una azafata… esa última no la escuché muy bien, sólo quería contarles mis aventuras e intentar tranquilizarla para que supiese que en cuatro días estaría de vuelta con ellos. Les estuve contando la visita al Cristo Redentor, las maravillosas playas en las que habíamos estado y, ya de paso, les dije que no tenían de que preocuparse, que Río de Janeiro es más tranquilo de lo que sale por la tele y que todavía no hemos tenido ningún incidente. La conversación a partir de ese momento fue más templada, aunque todavía escuchaba a mi padre del otro lado sollozar. También estuvieron hablando mi mujer y mis hijos con mi madre, pero no les escuche, estaba atento a las cinco papeletas que guardaba entre mis manos.
Lo más asombroso de todo es de dónde sacaron el número de teléfono de mi nuevo móvil. Aún no había cambiado mi tarjeta SIM y sonó. Fue tanta la alegría de su llamada que ni me percate de ello. ¿Habrían estado hablando Verónica con mi madre antes? No se… a ver si me acuerdo de preguntárselo después a mi mujer.
Esta noche no haremos nada en especial. Leeré un cuento a mis hijos y me iré a la cama. Puede que con el eufórico día que hemos tenido hoy hagamos el amor mi mujer y yo. Espero que no me diga la odiosa frase que tiene todo hombre clavada en su cabeza, “hoy no me apetece cariño”.




24 de Julio de 2006 Día cuarto

¡Se acabó la suerte, la tranquilidad y todo! Esta mañana nos ha despertado el maldito móvil nuevo. Sin ningún motivo ha empezado a silbar como el antiguo ladrillo. No lo entiendo. Tiene batería, tiene cobertura, no tiene ninguna aplicación abierta… Ya sabía yo que tanta fortuna en un día podría traer grandes desgracias al día siguiente. Pero con este disgusto no cumplo el cupo ni de broma. El gerente del hotel, al bajar al comedor a desayunar, nos ha dicho que mañana tenemos que abandonar la habitación a primera hora. Teníamos la habitación reservada hasta el día 28, que es cuando sale de vuelta nuestro avión, y nos ha informado de que nuestra ficha únicamente marca hasta el día 25. ¡Inútil! Después de estar más de dos horas peleando con el desgraciado, ha terminado la discusión diciéndonos: “Lo siento señores, en su habitación deben entrar mañana nuevos clientes y tenemos todas las habitaciones de nuestro hotel ocupadas. Si quieren les puedo ayudar a buscar un nuevo hospedaje en otro hotel. Lo siento, pero no puedo hacer nada más”. ¡Anda y métase su ayuda por donde le quepa! No queremos la caridad de unos incompetentes como vosotros. Ahora que… la agencia que nos planificó el viaje también se va a enterar de quien es Arturo Jiménez. Se piensan que pueden reírse en mi cara y acabar de rositas.
No puedo creer la mañanita que estoy teniendo. Y luego quiere el médico que me relaje. Pero cómo me voy a relajar si no dejan de lloverme chuzos de punta sobre mi cabeza. En fin… voy a ir a tomarme algo al bar con mi mujer a ver cómo podemos solucionar este embrollo. ¡Estoy arto!


¡Vaya mierda de día! El móvil no deja de pitar, las voces han vuelto a mi cabeza y encima seguimos sin tener habitación para mañana. Nos veo durmiendo en el aeropuerto con un par de colchonetas y con todo nuestro equipaje alrededor.
Después de llamar a unos cuantos hoteles y darnos la negativa de que no quedaban habitaciones disponibles, nos hemos paseado la capital para ver si teníamos más suerte, pero precisamente hoy de suerte andamos muy faltos. No hay ninguna habitación disponible en toda la ciudad. Ni hoteles, ni apartamentos, ni albergues… Incluso preguntamos en los moteles que se encuentran en las gasolineras del extrarradio y nada.
Para colmo, las voces están de nuevo en mi cabeza. Me habla mi mujer, mis hijos, mis padres, gente que no conozco… Ni si quiera les presto atención. El doctor me aseguró que estaba totalmente bien y que sólo eran cruces neuronales debido al estrés. Yo por ello estoy tranquilo, aunque Verónica, me ha pedido por favor que me quede en la habitación. Que no haga nada. Que me relaje y ella solucionará todo. Se ha llevado también a Jorge y a Merche para que no estén trasteando por aquí. Realmente tengo una mujer maravillosa. No sé qué haría sin ella.
Me pondré a ver la tele y esperare tumbado en la cama hasta que lleguen con buenas noticias. ¡Ojala sea así!


No puede ser cierto. Tiene que ser todo un mal sueño, una pesadilla. ¡No, por favor no! Ni si quiera sé porque sigo escribiendo este estúpido diario. No sé porque sigo esforzándome en imaginarme sentado en una silla, con una pluma que me regalo mi mujer en la mano y un montón de papeles descolorados encima de mi escritorio. No sé porque sigo esforzándome en imaginarme la habitación del hotel, el sonido del televisor de fondo y la radiante luz que entra por mi ventana. No sé porque me esfuerzo en seguir haciendo todo esto cuando ya me he tirado tres veces por el balcón de mi residencia y puedo seguir contándolo en estos papeles. Papeles que no existen y tinta que jamás nadie podrá ver porque… estoy en coma.
Nunca he estado en el cerro Corcovado contemplando el Cristo Redentor, nunca he estado en la playa Copacabana y muchísimo menos en los chiringuitos de Ipanema. Nunca he tenido un Iphone al igual que nunca he discutido con el gerente del hotel o nunca he estado tumbado en la cama esperando a mi mujer y a mis hijos. Lo único cierto de este diario es que el día 20 de Julio me separe de la ‘chupi-pandi’ y que ahora me encuentro en coma.
Hace unos minutos, mi cabeza se lleno de conversaciones, y me detuve calmadamente a escucharlas. Era una voz desconocida, totalmente nueva para mí. Su español lo entendía a la perfección aunque con un marcado acento brasileño. Hablaba de que había sufrido un atraco en la avenida Pedro II, justo en frente de las taquillas donde saque los billetes de tren. Me habían asestado dos puñaladas en el costado y una en el pecho. A consecuencia de ello, he entrado en un profundo coma del que desconocen cuando voy a despertar. Escuche a Verónica desplomarse entre sus lágrimas, a mis padres sollozando en la lejanía y el continuo y horrible pitido del electro grama. ¡Todo ha sido una burda mentira! Ya entiendo los llantos que escuché en la cima del Cristo Redentor, la conversación tan extraña que tuve con mis padres y el incesante ruido de mis móviles. Todo ha sido un mundo paralelo creado por mi mente. Un mundo mágico en su ascenso y desgarrador y tétrico en su caída. Esto no me puede estar sucediendo a mi.




25 de Julio de 2006 Día quinto

Mi mundo vacio. Mi imaginación no quiere dar más de sí. Solo me queda el sonido de mi móvil y el desconcierto de que capte alguna voz mi cabeza. No sé dónde estoy, no sé si prefiero estar vivo o muerto y no sé por qué sigo escribiendo esto. Supongo que es la forma en la que me desahogaba y así quiero seguir haciéndolo.
Mi vida ya no tiene ningún sentido. Estaré en una sucia y blanca habitación de hospital, con mi familia alrededor esperando a que abra los ojos y dé la gran sorpresa despertandome. ¿Cuándo ocurrirá eso? ¿Y si nunca sucede? ¿Y si me quedo durante toda mi insípida vida así? ¿Y si me abandonan mi mujer y mis padres? Son tantos ‘Y si ’ los que tengo en mi mente que jamás acabaría. Y para ninguno de ellos tengo respuesta. Sólo me queda esperar un mañana más abierto, donde vea a mis hijos sonreír y a mi mujer abrazandome.
Son tantas cosas las que recuerdo que sigo sin creerme que esté así. Y son aún más las cosas que no he hecho que ansío por conocer mi devenir.
Aún no he visto crecer a mis hijos. Mi pequeña y adorable Merche, de cabello castaño y sonrojadas mejillas. Tan chiquita como una porcelanosa muñeca de estantería. Y mi hombrecillo Jorge, obediente como un soldado y cariñoso como una madre. No quiero que me arrebaten mis placeres. No quiero que me desposen de mi mujer. Mi mujer… Verónica. Fuiste tú quien me enseño a amar. Fuiste tú quien cogiendo mis manos me dio el ‘si quiero’. Y debes ser tú quien me despierte con un beso. Ojala fuese tan sencillo como en los cuentos de Merche.
Que decirles a mis padres… que les quiero con todo mi alma y que no quisiera que esto acabase así. Que me muero y no vivo por salir a pasear con mi padre, por oler desde mi cuarto los deliciosos platos que prepara mi madre, por sentir el cálido abrazo de los dos.
Mis pensamientos desordenados salen en bocanadas como lo saldrían los niños de la guardería si les dejasen escapar. Sin ningún control, atemorizados y todos acabarían perdidos.
Estoy cansado de meditar qué me pasara, qué le pasara a mi familia, qué es el más allá. Estoy arto de imaginar una vida feliz que tan solo es una mentira. Y estoy batido con todo lo que se me está viniendo encima. Solo quiero despertar.




21 de Septiembre de 2010 Día sexto

Mi flexo ilumina mi pálida mano sosteniendo la pluma entre mis dedos. Los papeles, descolocados, se encuentran encima de mi escritorio sin recordar el orden que seguían. Mi alrededor es oscuro. Continúo solo y sólo me acompaña un mundo de tinieblas.
No recuerdo cuántos años llevo sentado en esta incomoda silla, no recuerdo cuántos años llevo inhalando el calor exasperante de esta sala y tampoco recuerdo cuántos años llevo sin escuchar nada más que el pitido irritante del electro grama. Lo que siempre recuerdo y nunca olvido es a mi mujer, a mis hijos, a mi familia. ¿Sé acordaran ellos de mí también?
Tampoco olvidare nunca el dulce sabor de los besos de los míos. Aquel beso mañanero que te sabía torpe y adormecido, o aquel otro beso cuándo llegabas a casa después de un día duro de trabajo que sabía acogedor y tranquilizador, incluso aquel beso que me daba Verónica en nuestras noches desenfrenadas. Cuánto echo de menos todos esos besos.
A veces repaso la eufórica bienvenida que me daban mis hijos cuando llegaba a casa de trabajar. – ¡Papá, papá! ¿Me has traído algo? – me decía Merche. – Te he traído el beso más grande del mundo. No creas que me ha sido fácil conseguirlo.- Y apretando fuerte mis labios contra su mejilla le daba un sonoro beso. Ojala estuvieses aquí para traérmelos a mí, hija mía.
Mi hijo Jorge me enganchaba del cuello y me decía – Tú hasta mañana no te vas. Y veremos a ver si mañana te dejo escapar.-. No me tendrías que haber dejado escapar hijo mío. Ya son muchos años los que llevo preso en esta mazmorra y sabe Dios cuántos más me quedaran.
Y mi mujer... Extremadamente delicada conmigo. Me abrazaba de la cintura y, mientras me besaba, me preguntaba que tal me había ido el día. Y siempre, al empezar, me interrumpía para decirme que aún olía seductor. Cómo extraño que me preguntes por mi jornada. Lamentablemente, no tendría nada interesante en mi día a día, pero te contaría cada recuerdo que he tenido tuyo, cada suspiro que creo escuchar en mi oído, cada caricia que creo sentir entre mis manos.
Querría poder veros pero mi imaginación me falla. Ya no soy capaz de vislumbrar aquellas fatídicas vacaciones donde empezó todo esto. Donde creía que la felicidad inundaba mi mundo existente y lo único que mi mente hacia era alargar la siniestra y aparatosa caída hacia el vacio. Y después de unos años… ¿Qué me ocurre? Estoy notando la salivación en mi áspera boca. Siento como mis oídos se desentaponan lentamente como cuando desciendes el puerto de una montaña. Estoy casi seguro que no han sido sensaciones que me he imaginado. Llevo muchos años anhelando estas emociones y jamás podría haberlas reproducido mejor. Estoy experimentando un hormigueo en mis pies. ¡Si, lo siento! Mis dedos sostienen algo ligero y suave. ¿Ese impulso nervioso han sido mis cejas? ¡Si, ya lo noto! Noto mis parpados, noto como mis ojos tiemblan impacientandose... ¡Saludar de nuevo la irradiante luz de la vida!

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